
Hace rato que ando dando vueltas con esto sin darle forma, sin saber cómo escribirlo para que se entienda. Aún no lo sé pero de alguna forma, necesito sacármelo de encima y este artículo me permitió hacerlo.
Como siempre, alguna gota rebalsa el vaso y hacia fines del siglo XVIII los esclavos se revelan y las masacres comienzan a ser cosa de todos los dias. Durante años, las luchas siguen con el agregado de invasiones de otras potencias y es entonces que surge la figura de Toussaint Louverture, político, militar y para colmo, negro. Pese a su derrocamiento, no se consigue restablecer el viejo orden colonial y el 1 de enero de 1804 se proclama la independencia del país siendo la segunda nación americana en independizarse ¿Rebelión de esclavos exitosa? Eso no se le perdona: Thomas Jefferson, el presidente de Estados Unidos se niega a reconocer la independencia e impone un bloqueo comercial. Francia termina cediendo y la reconoce en 1826 pero a cambio de 150 millones de francos-oro. No debe acusárselos, el Vaticano lo hace 60 años después, Estados Unidos durante la presidencia de Lincoln y Colombia recién en 1870.
Haití está en la boca de todos y se leen y escuchan todo tipo de cosas, aberrantes, conmovedoras, solidaridades de buena fe y de mala fe pero, sobre todo, lo que se ve es un abismo que no relaciona lo actual con el pasado y así es imposible entender que hay una clara relación causal entre ayer y hoy.
En estos días, Haití aparece en todos lados. Un terremoto ha destruido su capital y ha provocado miles de muertos. No es una noticia nueva, viene ocurriendo lo mismo desde hace siglos sin que nadie diga una sola palabra. Hoy, muchos de los responsables de la decadencia y la miseria, se rasgan las vestiduras, lloran frente a la CNN y prometen ayuda y dólares. Dinero que, probablemente, robaron antes de los mismos haitianos y del que descuentan jugosas comisiones en concepto de gastos administrativos.
Haití no causa pena, causa vergüenza y me temo que en unos dias, cuando un nuevo tema se instale en las primeras planas, todo seguirá igual porque la naturaleza no se ensaño con ellos, fuimos nosotros.
Un día, a fines de 1492, Colón llegó a la isla en su primer viaje y no se le ocurrió nada original así que la llamó La Española. No estaba deshabitada y, como es lógico, sus dueños no quisieron saber nada de ser conquistados y se defendieron como pudieron hasta que casi fueron exterminados. Así que, al cabo de algún tiempo, los invasores no tuvieron esclavos suficientes y comenzaron a importarlos desde el África.
La ubicación estratégica de la isla en tiempos donde las rutas marítimas eran fundamentales la transformó en un lugar codiciado por todas las potencia y finalmente quedó en manos de Francia. Ya en aquellos tiempos, el 80% de la población trabajaba en plantaciones de azúcar o café y la proporción entre esclavos y hombres libres era nada menos que de 20 a 1 lo que implicaba una sociedad racista en extremo ya que esa era la única forma en que los amos blancos podian controlar semejante desigualdad.
Con el tiempo, el germen de la misma Revolución Francesa terminó por expandirse y las luchas entre los blancos favoreció a los independentistas que, por supuesto, no eran considerados “iguales” ni siquiera por los más avanzados pensadores de la revolución; eran negros, mulatos, criollos, es decir, no eran humanos y por lo tanto, no tenían derechos.

Aislado y codiciado, desde su independecia, el pais siguió una inevitable línea de conflictos internos alimentados por los extranjeros que buscaban beneficios. Lentamente, los EEUU comenzaron a obtener consesiones económicas que incluyeron el monopolio sobre la emisión de moneda. El Citibank compró una parte del Banco de la República y en 1910 ya tenía el control de las finanzas del país así que no hizo falta mucho para que los banqueros solicitaran que se defendieran sus derechos adquiridos y en 1914 se enviaron marines para proteger las reservas de oro; lo hicieron de manera simple y efectiva, las cargaron en un barco y se las llevaron a Nueva York.
Al año siguiente, volvieron los marines (seguramente extrañaban el paisaje) para contrarrestar la influencia de los empresarios alemanes y llevar la el progreso, la democracia y los valores republicanos. Lo hicieron imponiendo la ley marcial, sometiendo las resistencia armada de las zonas rurales y ejecutando al líder de la resistencia. Casualmente, la Haitian American Sugar Company se convirtió en la segunda empresa del país, el Banco de la Nación se transformó en una sucursal del Citibank, etc, etc, etc.
No fue la última vez. En 1929 los marines mataron a diez campesinos durante una marcha de protesta y la isla permaneció ocupada militarmente hasta 1934 en que Roosevelt ordenó el retiro de Haití de las tropas norteamericanas.

Sin estado, sin pais, con unas sociedad divida profundamente, era inevitable la secuencia es un clásico: golpes de estado, huelgas generales, elecciones …



Corrupción, pobreza, miseria, inexistencia de un estado.
No busquemos culpas retrospectivas pero no equivoquemos el diagnóstico. No estamos hablando de catástrofes naturales, hablamos de siglos de expoliación, de generaciones explotadas e ignoradas que de pronto, han pasado a primer plano.
Lloremos, lamentémonos, enviemos tweets, coloquemos banners, donemos dinero, todo está bien, pero, no nos quedemos en “qué barbaridad”, reflexionemos y reconozcamos que nada de esto es casualidad, que ciertas tragedias sólo son el resultado lógico de una historia repetida en muchos otros sitios. Historias que no empezaron ayer y que no terminarán mañana a menos que seamos nosotros quienes acabemos con ellas.
No será simple, no será fácil, no será rápido. Ni siquiera veremos el resultado, deberemos hacerlo por los otros, por los que vendrán, por los que heredarán un mundo o sólo un páramo. Deberemos hacerlo porque inevitablemente, hoy es Haití y mañana serán nuestros hijos.

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