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12 marzo 2010

El animal que llevo dentro: Un estudio sobre el cerebro (I)(II)

Hola amig@s queridos,Por fin Viernes como diria cernnunos!!! estaba atentamente leyendo la clase de espiritas..sobre las rencarnaciones y el animal que levamos dentro tan dificil de controlar..Hace tiempo llego un estudio  sobre el cerebro,que me disipo muchas preguntas y les dio sentido.
escrito que quiero compartir con ustedes 
“El animal que llevo dentro no me ha dejado nunca ser feliz, me roba todo, hasta el café, me hace esclavo de mis pasiones”.

 Christian Glaría es físico y profesor (vocacional) de Física y Química en Educación Secundaria; tiene un gran interés por la Psicología y, en general, por cómo funcionamos los seres humanos.es el hombre que añade luz a ese oscuro animal que habita en nuestro cerebro. Y es verdad, Christianha encendido todas las luces de un golpe explicando, como pocos saben hacerlo, la división de nuestro cerebro en: el cerebroreptiliano, el cerebro mamífero y el cerebro neocórtexEl artículo eslargo. Por eso lo hemos dividido en dos. Hoy subimos la primera parte. Dentro de un par de días, la segunda. Leedlo con atención, merece la pena.



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¿Conoces tu cerebro?, de Christian Glaría

Desde tiempos inmemoriales, sabemos que en nuestra naturaleza tenemos también una parte animal; pero lo que no llegaron a sospechar los antiguos filósofos es cuánto de literal puede ser. Durante millones de años, la evolución ha funcionado con su mecanismo para producir todas las especies que hoy día pueblan la Tierra, incluyéndonos a nosotros. Venimos de organismos más simples y guardamos la organización química complejísima que un día las formó, empezando por nuestro cerebro. En él se mantienen intactas las zonas que un día fueron nuestro cerebro primitivo. Desde dentro hacia afuera, nuestro centro de operaciones conserva celosamente esas estructuras.
Nuestro cerebro es todo nuestro yo. Todo lo que percibimos, sentimos o pensamos es actividad cerebral; el alma está en el cerebro. Esto no es una teoría ni una opinión; es, al igual que la evolución, un hecho. Y los hechos no se discuten. Se explican a posteriori con teorías, se niegan, se racionalizan o se tiran a la basura si no nos convienen; pero los hechos están ahí, para bien o para mal. Nuestros sentimientos, nuestros anhelos, temores, alegrías y dolores están en el cerebro. Todo. El cerebro humano guarda las estructuras de las que ha ido evolucionando; no las ha desechado, sino que ha ido añadiendo capas encima; en nuestro caso, son tres. En primer lugar nos encontramos con el cerebro reptiliano, responsable de las funciones más básicas, que tienen que ver con la supervivencia. Después viene el sistema límbico (o cerebro mamífero), encargado de las emociones, el afecto o la sexualidad. Por último, la capa más externa, nuestro orgullo, nuestra zona genuinamente humana: el neocórtex. Ahí están la palabra, el raciocinio, el pensamiento… Nuestro toque de distinción respecto de las otras especies, y lo que en última instancia nos diferencia de ellas al estar más desarrollado. Que se activen las zonas más primitivas es algo bueno en ocasiones. Cuando uno se encuentra ante un peligro de vida o muerte, no serviría de nada que el neocórtex evaluara la situación y llegara a la mejor forma de actuar. Lo que importa es una respuesta rápida que nos predisponga a huir o luchar; el cerebro reptiliano se activa y actuamos de la mejor forma para nuestra supervivencia. Cuando resolvemos un problema científico o argumentamos, el neocórtextoma la palabra e impone sus superiores características para el asunto.Pero… ¿qué ocurre cuando llegamos al terreno sexual? La estructura vertical de nuestros tres cerebros hace que se lleven especialmente mal entre sí. Esto quiere decir que, cuando se activa una zona primitiva, tiene prioridad sobre las demás, porque sus razones son mejores que otras cualesquiera. Primero viene la necesidad del reptil, luego la del mamífero y, por último, la racional. Cuando corres por tu vida, no piensas; tampoco lo haces cuando te sumerges en la pasión. Y cuando sufres porque sientes algo por una persona que no lo corresponde, un animal dentro de ti está rasgándote, reclamándote lo que le interesa porque, aunque el neocórtex le diga lo contrario, él ya ha decidido que es lo mejor para ti. Es obsesivo; nos roba la felicidad y ocupa nuestra mente de manera que no disfrutamos de las demás cosas. Somos sus esclavos y sólo le interesa su deseo; como dice la preciosa canción de Battiatonos roba todo, hasta el café. Elneocórtex poco o nada puede hacer cuando las otras dos zonas se han activado; encima, si se descuida, comenzará a buscar razones para estar de acuerdo con los deseos de esas estructuras milenarias. ¿Quién no ha racionalizado lo bueno que es el ser deseado, las bellas cualidades que lo adornan? Es un triunfo de los centros cerebrales inferiores, que secuestran literalmente al neocórtex para que racionalice lo bueno de sus apetencias.
Si el deseo se satisface, vives en una nube. Si no eres correspondido, sufres; si has pasado por eso y vuelves a caer, vuelves a sufrir. Y te enfrentas al dilema de decir adiós a la persona que origina en última instancia este dolor. Dejar tiempo para que la química cerebral vuelva a su lugar, aunque sólo sea buscando un nuevo clavo, otra dosis de feniletilamina.




El animal que llevo dentro. Un estudio sobre el cerebro (II)

¿Conoces tu cerebro? de Christian Glaría

Por si este panorama no fuera un tanto desolador, todo se enmaraña si seguimos tirando de la cuerda. ¿Por qué el cerebro es así? ¿Por qué nos premia si satisfacemos el deseo y nos hace sufrir en caso contrario? Llegados a este punto sin retorno, encontramos la respuesta cuando investigamos quién crea el cerebro.
Pues son los genes, al igual que diseñan el resto de nuestros cuerpos. Esas moléculas complejas, el material genético, nos construyen de arriba a abajo, incluyendo nuestros cerebros. Y como todo cuanto sentimos está en esta zona, ellos son los responsables últimos de que seamos felices o infelices cuando se activan las partes más primitivas del cerebro. Nuestra actividad consciente, el neocórtex, también puede producirnos bienestar, pero palidece ante la activación del cerebro reptiliano o del mamífero.
Los genes son ciegos; son las primitivas moléculas que hace miles de millones de años comenzaron la andadura de la vida y lograron replicarse. Todas las especies vivientes somos máquinas que ellos han diseñado lentamente durante ese tiempo con un doble objetivo: supervivencia y replicación… suyas. A ellos no les importa un rábano si sufrimos o no; tan sólo sobrevivir y poder replicarse, mezclarse con otros genes; ellos no son el medio que nosotros tenemos para reproducirnos, como se explica corrientemente en las clases de Biología y como la gente tiene interiorizado, sino que nosotros somos el medio por el cual ellos logran replicarse. Por eso diseñaron un cerebro reptiliano (supervivencia) y otro mamífero (replicación, actividad sexual). Que además los humanos hayamos adquirido una zona más evolucionada, el neocórtex, con su magnífico lóbulo frontal, ha sido una ironía de la historia del Universo, al hacernos conscientes de en qué fregado estamos metidos.
Un perro no es consciente de su programa biológico, de su naturaleza animal; pero nosotros sí, y no sabemos qué hacer con ello. La gente se une, se separa, tiene hijos, se divorcia, se besa, se jura amor eterno en el altar, se tira los trastos a la cabeza en el juzgado, se ama, se vuelve adicta al sexo, se maltrata, se asesina, se deprime si no encuentra pareja, se destruye la autoestima juzgándose como amante o se mira a los ojos con infinita tristeza cuando descubre que el amor se ha terminado. Es un completo desastre afectivo, como una epidemia, el que reina hoy día en términos generales. Eso es.Máquinas que portan moléculas de ADN que nos diseñan de arriba a abajo y determinan gran parte de nuestra felicidad o desdicha en función de si podemos satisfacer sus deseos ancestrales de replicarse. Robots conscientes de nuestra situación gracias al lóbulo frontal del neocórtex.
Suena muy fuerte. Es muy fuerte.



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