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08 abril 2010

¿Quién Mueve tus Hilos: Eco o Narciso?


El gran psiquiatra y terapeuta, Carl Gustav Jung, alumno primero y mas tarde adversario de Freud, exploró en las profundidades de la psiquis e investigó durante más de 50 años el inconsciente humano. Para ello estudió exhaustivamente la psicología, la filosofía, la mitología, la alquimia, las religiones orientales y el misticismo occidental. De él pudo haberse dicho «Nada humano me es ajeno». Entre sus teorías elegimos para esta entrada aquella que nos desvela y nos habla sobre nosotros mismos desde el interior que todos compartimos como mitos y arquetipos.
“Eco era una joven ninfa de los bosques, parlanchina y alegre. Con su charla incesante entretenía a Hera, esposa de Zeus, y estos eran los momentos que el padre de los dioses griegos aprovechaba para mantener sus relaciones extraconyugales. Hera, furiosa cuando supo esto, condenó a Eco a no poder hablar sino solamente repetir el final de las frases que escuchara, y ella, avergonzada, abandonó los bosques que solía frecuentar, recluyéndose en una cueva cercana a un riachuelo.
Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope. Cuando él nació, el adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo sería su perdición, y así su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado. Narciso creció así hermosísimo sin ser consciente de ello, y haciendo caso omiso a las muchachas que ansiaban que se fijara en ellas.
Tal vez porque de alguna manera Narciso se estaba adelantando a su destino, siempre parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos, como ajeno a cuanto le rodeaba. Daba largos paseos sumido en sus cavilaciones, y uno de esos paseos le llevó a las inmediaciones de la cueva donde Eco moraba. Nuestra ninfa le miró embelesada y quedó prendada de él, pero no reunió el valor suficiente para acercarse.
Narciso encontró agradable la ruta que había seguido ese día y la repitió muchos más. Eco le esperaba y le seguía en su paseo, siempre a distancia, temerosa de ser vista, hasta que un día, un ruido que hizo al pisar una ramita puso a Narciso sobre aviso de su presencia, descubriéndola cuando en vez de seguir andando tras doblar un recodo en el camino quedó esperándola. Eco palideció al ser descubierta, y luego enrojeció cuando Narciso se dirigió a ella.
- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me sigues?
- Aquí… me sigues… -fue lo único que Eco pudo decir, maldita como estaba, habiendo perdido su voz.
Narciso siguió hablando y Eco nunca podía decir lo que deseaba. Finalmente, como la ninfa que era acudió a la ayuda de los animales, que de alguna manera le hicieron entender a Narciso el amor que Eco le profesaba. Ella le miró expectante, ansiosa… pero su risa helada la desgarró. Y así, mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del amor que albergaba en su interior, Eco moría. Y se retiró a su cueva, donde permaneció quieta, sin moverse, repitiendo en voz queda, un susurro apenas, las últimas palabras que le había oído… “qué estúpida… qué estúpida… qué… estu… pida…”. Y dicen que allí se consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la cueva…
Pero el mal que haces a otros no suele salir gratis… y así, Nemesis, diosa griega que había presenciado toda la desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso otro día que había vuelto a salir a pasear y le encantó hasta casi hacerle desfallecer de sed. Narciso recordó entonces el riachuelo donde una vez había encontrado a Eco, y sediento se encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río. Y como había predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza, en el reflejo. Y hay quien cuenta que ahí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros dicen que enamorado como quedó de su imagen, quiso reunirse con ella y murió ahogado tras lanzarse a las aguas.
En cualquier caso, en el lugar de su muerte surgió una nueva flor al que se le dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose siempre en ellos”.
Jung Revolucionó el paradigma mecanicista de la psicología, recalcando la importancia del inconsciente por sobre la del consciente, lo misterioso en lugar de lo conocido, lo místico en lugar de lo científico, lo creativo en lugar de lo productivo y lo religioso en lugar de lo profano.
Uno de sus conceptos claves es el «inconsciente colectivo», fundamento del inconsciente personal, y que vincula al individuo con el conjunto de la humanidad. Descubrió que en los sueños y los mitos subyacen elementos de este inconsciente colectivo que él denominó «arquetipos». Estos no pueden comprenderse directamente por análisis intelectual, sino sólo mediante los símbolos y el lenguaje de la mitología. El arquetipo es el modelo a partir del cual se configuran las copias: es el patrón subyacente, el punto inicial a partir del cual algo se despliega.
Jung distinguía entre arquetipos e imágenes arquetípicas. Reconoció que lo que llega a nuestra consciencia son siempre las imágenes, o sea las manifestaciones concretas y particulares de los arquetipos las que - según él - «nos impresionan, influyen y fascinan». Sin embargo, los arquetipos mismos carecen de forma y no son visualizables. «El arquetipo, como tal es un factor psicoide que pertenece, por así decir, al extremo invisible y ultravioleta del espectro psíquico.» Agregaba que son vacíos y carentes de forma, sólo podemos sentirlos cuando se llenan de contenido individual.
El interés de Jung por las imágenes arquetípicas refleja más énfasis en la forma del pensamiento inconsciente que en su contenido. Nuestra capacidad para responder a experiencias como criaturas creadoras de imágenes es heredada. Las imágenes arquetípicas no son restos de un pensamiento arcáico sino parte de un sistema viviente de interacciones entre la mente humana y el mundo exterior. Las mismas imágenes arquetípicas que aparecen en los sueños dieron origen a las remotas mitologías y religiones que han habido en la historia de la humanidad. Para Jung, esta capacidad de crear imágenes, y no la razón, es la verdadera función que nos hace humanos. Atender a estas imágenes - que no son ideas traducidas, sino el lenguaje natural del alma - nos ayuda a liberarnos de la opresión de las maneras de pensar verbal y racional que han limitado nuestra creatividad.
El pensamiento simbólico es asociativo, analógico, cargado de afecto. Nuestra vinculación con las imágenes arquetípicas puede comprometernos con la visión de un mundo interior, que puede salvarnos de la trampa de la separatividad entre sujeto y objeto.
Jung siempre hizo notar que las imágenes arquetípicas están tan conectadas con el pasado como con el futuro. Por eso son transformadoras. Decía: «El Yo no sólo contiene el depósito y la totalidad de toda la vida pasada, sino que también es un punto de arranque, el suelo fértil a partir del cual brotará toda vida futura.
La premonición del futuro está tan claramente impresa en nuestros pensamientos más íntimos como lo está el aspecto histórico». Estas imágenes se nos presentan como líneas indicadoras que nos muestran el camino, sin obligarnos a seguirlo. «La vida no sigue líneas rectas, ni líneas cuyo curso pueda verse con gran antelación».
Jung también trascendió las limitaciones de la ciencia mecanicista describiendo una forma de conexión no causal de acontecimientos a la que llamó «sincronicidad» y que está en relación con ciertos descubrimientos de la física moderna. Se dice que el propio Einstein le alentó a desarrollar este concepto y el físico Pauli colaboró con Jung en escribir un libro sobre ese tema.
Para Jung, la mente es como un sistema autoorganizado, regido por una fuerza creativa y cósmica y que tiende a desarrollarse hacia una integración cada vez mayor. El papel del terapeuta es apoyar este proceso de integración que une nuestros aspectos tanto conscientes como inconscientes. El decía: «El terapeuta debe ser como un médico partero, que ayuda a dar a luz lo que el paciente tiene en su interior».
La realidad es que en todos los mitos hay grandes verdades escondidas.  Este que hemos narrado, en mi opinión, está repleto.  Deepak Chopra está de acuerdo con Jung y dice que todos tenemos un, dos o tres arquetipos que mueven nuestra energía vital.  Y Tú ¿Te ves más  ”reflejado” en Eco o en Narciso?
FUENTE: Extractos de los blogs http://www.alcione.cl/nuevo/index.php?object_id=249
http://embrujando.iespana.es/eco.htm

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