
Imagina a una pequeña de escasos ocho años en una tienda de juguetes en la que está encantada con dos muñecas, quiere a ambas, pero mamá solamente le da una opción, una u otra. Para empezar ella toma las dos, ante la alternativa se enfurece y abandona ambas, mamá insiste que debe elegir. Después de mucho pensarlo, se decide por una de ellas y abrazando a la elegida, con toda ternura y dándole un beso, se despide de l

a que tuvo que renunciar.
El sufrimiento que implica decidir, muchas veces nos da la pauta de la dimensión de nuestra determinación para lograr lo que deseamos alcanzar, así, un joven estudiante renuncia a tantos placeres en aras de su propia preparación, o una pareja comprende que una vida en común implica renunciar a algunos hábitos o gustos personales.
Debemos evaluar los efectos positivos o negativos derivados de nuestra decisión, y cualquiera que sea el resultado debemos asumir la responsabilidad de los mismos.
Un hombre oraba: “Dios, dame el poder para cambiar el mundo” y vio con decepción que pasaba el tiempo y no lo lograba. Cambió su oración: “Señor, dame el talento de cambiar a mi país”, y casi nada logró, volvió a modificar su plegaria: “Todopoderoso, dame la capacidad de cambiar aunque sea a mi pueblo”, y el resultado fue similar a las anteriores plegarias; insistió una vez más: “Padre mío, dame el talento de cambiar aunque sea solamente a mi familia”. Pasaron los años y su frustración se sumó a las anteriores, finalmente comprendió la verdad y desde entonces su p
legaria ha sido: “Señor, dame la sabiduría de cambiar yo mismo, sé que si lo logro, cambiará mi familia, mi pueblo, mi nación y el mundo entero”, y a partir de ese momento su mundo cambió y
encontró el camino de la realización.

Esta metáfora nos muestra el camino que debemos seguir para orientar nuestras decisiones. La mayoría de los seres humanos tenemos muchas preocupaciones y en muchas de ellas poco poder poseemos para influir en la solución, en materia política, económica, social o en cambiar a tanta gente que deseáramos que cambiase, pero la realidad es que solamente poseemos un poder ilimitado sobre un ser, que si queremos puede cambiar hoy mismo: yo, el personaje central y principal de mi vida. Sí puedo cambiar mi realidad en base a mi voluntad y disciplina, por lo que debo concentrar mis esfuerzos en cambiarme a mí mismo, en conquistarme, en autodirigirme, en ejercer un auténtico liderazgo de Excelencia conmigo mismo. La decisión de cambio personal es similar a una puerta cuya chapa está por dentro y solamente yo la puedo abrir, mi autoinfluencia y convicción marcarán la dimensión de mi crecimiento. Como aquel hombre de negocios, que cansado del mundo empresarial, decidió retirarse y para ello se ocupó como peón de una granja. Como primera tarea le encargaron esparcir estiércol para abonar la tierra en un terreno de cinco hectáreas; su patrón pensó, “con esta tarea tendrá para estar ocupado dos semanas”, y cuál fue su sorpresa que en sólo cuatro días la tarea estaba concluida. Ante tal capacidad le encargó seleccionar la cosecha de manzanas, separando aquellas que eran comerciales y aquellas que deberían desechar, y el patrón pensó, “con el talento que posee esta persona en dos días resolverá la tarea”, y cuál fue su sorpresa que pasaron ocho días y no llevaba ni la mitad del cometido, y entonces le reclamó: “¿Qué pasa con usted, qué acaso es demasiado complicado?”. A lo que nuestro personaje contestó: “Una cosa es tomar decisiones, y otra muy diferente el repartir estiércol por todos lados”. El acto de decidir implica pensar, evaluar y comprometer la voluntad al realizar cada decisión. Las decisiones son las que hacen al ser humano día con día, reforman su personalidad, definen su carácter e integran su vida. Decidir es vivir, y definirse es decidir, es saber a cada momento qué quiero y hacerlo, es la esencia del existir; marcan la ruta, yo soy en esencia lo que mis decisiones son.
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