LA DECADA PRODIGIOSA

La muerte de Michael Jackson lo mismo que la desaparición de Antonio Vega también hace poco tiempo, son el preludio inevitable que precede a la desaparición de la década prodigiosa de los ochenta, cimentada la mayor parte de ella en la música y en el amor a la libertad.

Quien la atravesó seguro que aún recuerda lo que costaba encontrar pareja para los bailes lentos si no eras el guapo de turno, los cubatas hechos a base de mezclar licores imposibles, las irreconciliables tribus urbanas, los insoportables domingos por la tarde perdidos por culpa de la resaca, los amores imposibles de verano y la fuerza d

e la movida madrileña.

Todo lo que tiene un principio debe tener un final. Es extraño pero suele ser así. A los años ochenta, a medida que se van alejando de la memoria de los que vivieron sus fiestas, les pasa lo mismo que a la década de los sesenta con sus cantos de paz y sus hippies, poco a poco aquellos años se están convirtiendo en un mito.

Unos años que reunieron dos de las mayores virtudes de la juven

tud, ganas de divertirse con poco dinero y ganas de explorar nuevas experiencias sin importar lo que pudieran pensar los demás.

Los anuncios actuales saben que echamos de menos aquella época y por eso utilizan su música para vender mas, para demostrarnos que por un módico precio podemos viajar al momento de nuestro primer beso, o al de nuestro primer desengaño amoroso. Lo único que no nos pueden devolver es la edad ni ese pelo frondoso que lucimos todavía dentro de esas foto

grafías en blanco y negro del álbum familiar.

Los ochenta agonizan de éxito, porque sus hijos hemos fracasado a la hora de cambiar el Mundo, lo mismo que fracasaron las generaciones de los sesenta. Quien sabe si alguna vez alguna generación será capaz de cambiar las normas y comportamientos para mejor.

Lo único peligroso de los mitos es que requieren tributos mortuorios para florecer, y Michael ya lo ha pagado al igual que Antonio Vega. Descansen en paz en el Cielo porque en la Tierra siempre fueron libres.

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